Trabajan y estudian a la par de los varones. Se  ocupan casi exclusivamente del cuidado de las personas pequeñas,  ancianas o enfermas. Son las mayores usuarias de trenes, colectivos y  subtes y las más involucradas con los servicios de salud, educación y  espacios públicos. Representan más de la mitad de la población de la  ciudad, pero sufren las exclusiones propias de las minorías. En Buenos  Aires, como en muchas otras ciudades contemporáneas, las mujeres se  mueven en un escenario que expresa la desigualdad entre los géneros. Y  la multiplica.                           
Todos los días a las cuatro de la  tarde Ana María S. toma el colectivo 85 en Boedo para ir a su segundo  empleo en Caballito. Ana María trabaja en la Ciudad de Buenos Aires como  empleada doméstica y niñera. Su jornada laboral comienza a las seis de  la mañana y termina a las nueve de la noche. A fin de mes, llega a  juntar el equivalente a un sueldo mínimo. Pasa varias horas al día  viajando en tren y colectivo y regresa a su casa muy tarde.
Brenda L. tiene 25 años y trabaja y estudia en el centro porteño.  Tres veces por semana sale de la universidad a las once de la noche. A  esa hora, tiene miedo de caminar por la calle sola. A veces recorre en  taxi las diez cuadras que la separan de la estación Uruguay del subte B,  donde toma el último tren del día. Este gasto se lleva el 10 % de su  salario. Cuando hay paro de subtes, Brenda falta a clases.
A las cinco de la mañana, Luisa P. hace cola en el hospital  Zubizarreta en Villa Devoto para  conseguir un turno que comenzarán a  dar dos horas y media después. Luisa no tiene obra social y vive en el  conurbano con sus siete hijos e hijas. Ella y su familia se atienden en  la Ciudad de Buenos Aires, a varios kilómetros de su casa,  porque el  centro de salud cercano a su hogar carece de insumos básicos. Si su  familia se enferma, Luisa es la encargada de pedir el día en el trabajo y  trasladarse al hospital. Cuando viaja con los chicos, el traslado y la  espera se vuelven todavía más difíciles.
Trabajando, estudiando y ocupándose del cuidado de niñas y niños, y  de personas ancianas y enfermas, todos los días más de un millón y medio  de porteñas y mujeres del conurbano, recorren la ciudad. Lo hacen  enfrentando grandes dificultades y muchas veces sometidas a la violencia  y el temor. Como muchas otras ciudades contemporáneas, Buenos Aires es  un escenario que expresa las relaciones de dominación entre los géneros.  Y las reproduce.
Las ciudades contemporáneas constituyen focos de crecimiento  desmedido sin planificación. Gran parte de la población urbana encuentra  dificultades para acceder al trabajo, la vivienda y los servicios. La  segmentación social y territorial genera un escenario en el que  prosperan diferentes formas de violencia. La violencia urbana afecta al  conjunto de la ciudadanía, pero es vivida por hombres y mujeres de  manera distinta.
La violencia que sufren las mujeres en las ciudades, no solo se  vincula a delitos como robos o violaciones, que además de hacerlas  víctimas de violencia las hace víctimas del temor. También alude a la  ausencia de la perspectiva de género en la planificación y gestión del  desarrollo urbano, a las dificultades que enfrentan las mujeres para  acceder a los servicios, al transporte, al esparcimiento.
La Ciudad de Buenos Aires no escapa a esta realidad. Como la mayoría  de las ciudades, fue pensada y construida en base a patrones masculinos.  La inclusión de la perspectiva de género en la planificación y gestión  urbano-ambiental porteña es un fenómeno reciente, que todavía no ha  logrado mejoras sustanciales en la vida de las mujeres.
La arquitecta Marta Alonso, presidenta de la Asociación de Mujeres  Arquitectas e Ingenieras (AMAI) y pionera en pensar la ciudad con  enfoque de género, explica: 'La ciudad es un espacio que hombres y  mujeres habitamos de manera diferente. Nuestro uso de la ciudad es más  complejo y diverso que el de los varones. Por ende sufrimos los peores  efectos del mal funcionamiento de las ciudades. Las mujeres nos movemos  en zigzag: dejamos a los chicos en la escuela, vamos a trabajar 8 horas,  volvemos, vamos al dentista, en el camino hacemos las compras… La  nuestra es una jornada en red. Tampoco nos movemos con el grado de  seguridad que se mueven ellos. En la Ciudad de Buenos Aires, las mujeres  no tenemos plena  participación en el espacio público. No sólo no somos  dueñas del completo uso de la ciudad, tampoco lo somos del disfrute. A  pesar de que superamos en número a los varones, y de contar con un marco  normativo sumamente favorable, en muchos aspectos se nos sigue tratando  como un colectivo minoritario'.
La desigualdad sobre ruedas 
Ana María desearía tener un solo empleo que le permitiera vivir  dignamente. Si pudiera extenderse en su deseo, querría que el trabajo  fuera cerca de su casa, para no tener que viajar tanto. Hace algunos  años subía al tren o al colectivo aunque vinieran llenos. Viajaba  colgada en el estribo con tal de llegar a su casa pronto. Ahora que sus  hijas están más grandes y ella también, deja pasar varios coches hasta  poder subir sin correr riesgos. Tarda un poco más en llegar a su casa,  pero viaja más segura.
El transporte es un factor clave en la apropiación y el uso del  espacio público. La movilidad condiciona el acceso al empleo, al estudio  y a la integración social. En la Ciudad de Buenos Aires, la encuesta  Una mirada de género sobre aspectos urbanos de la Ciudad de Buenos  Aires, que realizó AMAI en el año 2003 con la colaboración de la  Dirección General de la Mujer, la Dirección General de Estadísticas y  Censo y el Consejo del Plan Urbano Ambiental (CoPUA) del Gobierno de la  Ciudad, reveló que el uso del transporte público es un tema fundamental  en la vida de las mujeres, porque ellas son las principales usuarias.  Según los datos recabados, el 60% de las mujeres encuestadas declaró  utilizar el transporte público para trasladarse por la ciudad. A  diferencia de los varones, sólo el 10% de las mujeres va a trabajar en  auto. 
Las mujeres además, resultaron ser quienes más dificultades enfrentan  en relación a la movilidad, ya que su dependencia de la red pública de  transporte las hace las principales víctimas de las grandes falencias de  este sector. A lo largo de su doble y triple jornada, ellas realizan  múltiples desplazamientos y combinaciones de recorridos que aumentan las  distancias atravesadas durante un día, los medios de transporte  utilizados y el tiempo invertido en viajar. Por otro lado, su rol de  cuidadoras las lleva a enfrentar los problemas que derivan de un sistema  de transporte urbano que ignora a las personas pequeñas, ancianas y  enfermas.
A fines del 2010, la Comisión Especial de Igualdad Real de  Oportunidades y de Trato entre Mujeres y Varones de la Legislatura de la  Ciudad de Buenos Aires presentó un informe en el que se evaluaban la  ejecución del Plan de Igualdad de Oportunidades (PIO) entre el 2008 y  2010. Además de remarcar varios incumplimientos, la Comisión advirtió  acerca de la gran cantidad de recursos presupuestarios que se asignaron a  obras de infraestructura vial en relación a las asignadas al transporte  público, medida que apunta a promover el uso del auto particular, un  territorio principalmente masculino. 'El tema del transporte en la  Ciudad de Buenos Aires y la utilización que las mujeres hacen del mismo  es una de las grandes causas pendientes del PIO' señala la licenciada  Débora Goren, coordinadora del Plan de Igualdad de Oportunidades (PIO). 
Victimas del miedo
Cuando Brenda tiene que andar de noche por la calle, a la vuelta de  la facultad o cuando sale los fines de semana, evita usar zapatos de  taco alto. 'Trato de llevar calzado cómodo, para poder correr si me  siento en peligro, lo cual sucede a menudo'. Si Brenda escucha en las  noticias que va a haber paro de subterráneos, ese día no va la facultad.  'No me puedo arriesgar a no saber cómo volver a mi casa. A la hora que  salgo de la universidad, esperar un colectivo en el microcentro es  demasiado peligroso.' Tampoco sale los fines de semana si no tiene plata  para tomarse un taxi. 
Las estadísticas de delitos revelan que los varones presentan una  tasa más alta de victimización, sin embargo las mujeres perciben en  mayor medida la inseguridad en las ciudades. Como señala el informe  Ciudades para convivir sin violencia para las mujeres, de Ana Falú y  Olga Segovia, ciertas situaciones relacionadas con el diseño urbano,  como estacionamientos, túneles, puentes, pasadizos o callejones,  terrenos baldíos e iluminación deficiente, les provocan cotidianamente  inseguridad y miedo, más que a los hombres, sobre todo por temor a la  agresión sexual. 
Además, las usuarias del transporte público están expuestas a  conductas invasivas del espacio corporal, como manoseos y agresiones  sexuales. A diferencia de los varones, las agresiones de las que son  víctimas las mujeres en las ciudades suelen presentar connotación sexual  y son causantes de altos grados de temor. La idea de vivir en peligro  no sólo afecta su subjetividad, sino que incide sobre sus rutinas  cotidianas, su acceso al estudio, al trabajo, al disfrute e incide en su  calidad de vida. Ellas evitan los lugares donde se sienten inseguras,  modifican sus recorridos y sus horarios y limitan el uso y disfrute del  espacio público cuando perciben que el entorno es peligroso.
De esta manera, la percepción de inseguridad sumada a la inseguridad  real impide a las mujeres y niñas usar y disfrutar de las ciudades  plenamente. En la Ciudad de Buenos Aires, la encuesta Una mirada de  género sobre aspectos urbanos de la Ciudad de Buenos Aires reveló que  entre el 50 y 70 % de las mujeres modifica su recorrido en zonas que  perciben inseguras.
Al ser interrogada sobre como actuaría en caso de ser víctima de una  agresión simple o de connotación sexual, Brenda desconoce la respuesta:  'No sé a dónde denunciaría. Si me ocurriera en el subte, por ejemplo,  sólo hay guardias en algunas estaciones, en los vagones no hay nadie.  Creo que además me mirarían como si tuviera la culpa'. 
El informe Ciudades para convivir sin violencia hacia las Mujeres  señala que es común que la sociedad y las autoridades del poder público  responsabilicen a las mujeres por su sensación de inseguridad o por las  agresiones de las que son víctimas. Se las desacredita, calificando su  temor de irracional, juzgándolo como un signo de debilidad o  culpabilizándolas. Si les pasa algo en la calle es porque no fueron  suficientemente «prudentes». Si el temor las recluye en sus hogares es  porque son débiles. Muchas veces la falta de capacitación y los  prejuicios sobre la inseguridad de las mujeres impiden a los agentes de  intervención comprender los hechos y las causas de las agresiones, lo  que obstaculiza que su intervención sea efectiva. Sin embargo, cuando  esta capacitación existe, es fundamental que ellas conozcan cómo puede  incidir positivamente en sus vidas, según señalan Falú y Segovia. 
Encadenada a las dificultades para trasladarse a lo largo de su  jornada múltiple y a los problemas derivados de la violencia que  enfrentan a diario, otra de las cosas que más reclaman las mujeres es la  posibilidad de tener centros cercanos a su vivienda en materia de  educación, salud, cultura, deporte y recreación.
Cuidadoras en su laberinto
Muchas veces, después de esperar varias horas en el hospital, Luisa  P. no consigue un turno por la mañana. Dependiendo de la especialidad,  el hospital otorga una cantidad limitada de turnos por franja horaria y  generalmente la demanda de atención es mucho mayor. Entonces tiene que  quedarse hasta la tarde y volver a intentarlo otro día. 'Cuando vengo  con los chicos, salgo de casa preparada para pasar todo el día en la  calle, traigo comida, pañales, el carrito del bebé, juguetes para que se  entretengan'. Para Luisa, la atención de la salud de su familia es una  travesía agotadora, pero no encuentra opciones para mejorar la  situación.
Las mujeres son las principales usuarias del espacio público y por  ende las principales víctimas de su mal funcionamiento; a la hora de  planificar y diseñar políticas urbanas inclusivas y democráticas es  necesario consultar a las mujeres. Su opinión es fundamental ya que la  población femenina es la que más sabe sobre necesidades insatisfechas en  torno a la vida urbana y la más interesada en el desarrollo y el  ordenamiento territorial de la ciudad.
Para avanzar hacia un uso y disfrute igualitario de la ciudad, las  organizaciones de mujeres y las expertas en género destacan líneas de  acción. Por un lado, la implementación de facilidades territoriales  desde la planificación urbana que contribuyan al empoderamiento de las  mujeres, de las que la arquitecta Alonso enumera algunas: 'Centros de  salud y educación cerca de los hogares, ascensores en los subtes para  poder acceder con los niños, oasis urbanos donde las mujeres puedan  practicar deporte y llevar a sus hijos, limpiar la ciudad de mensajes  sexistas, como los papelitos que inundan las calles con ofertas de  prostitución'. Asimismo, señala la necesidad de la plena incorporación  de las mujeres en los ámbitos de decisión en relación al diseño y la  ejecución de políticas públicas con perspectiva de género.
En la Ciudad de Buenos Aires, las mujeres representan el 54% de la  población. Las situaciones de violencia y desigualdad, como las que  enfrentan Ana María, Brenda y Luisa, tienen un gran costo social y  económico para el conjunto de la sociedad, pues impiden la inserción de  gran parte de la población en diversos ámbitos que debieran estar  igualmente abiertos a todos y todas. 
Apoyándose en el trabajo de arquitectas, urbanistas, trabajadoras  sociales, de las organizaciones de mujeres y de la sociedad civil, los y  las responsables del diseño de las políticas urbano-ambientales cuentan  con herramientas necesarias para revertir esta situación de exclusión.  Contar con ciudades seguras y equitativas para las mujeres es el único  camino para garantizar una democracia real.
Esta nota integrará el Manual de Seguridad y Género que está  realizando Artemisa Comunicación con el apoyo del Gobierno de la Ciudad  de Buenos Aires
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