En su mano izquierda lleva tatuada la inicial del nombre de su ex  marido: Walter Asis (36). Mariela Santa Cruz (38) se lo hizo hace 15  años cuando estaba enamorada de ese hombre alto y morocho, con la que  tuvo dos hijos y que ahora esta en la cárcel de Ezeiza. El lunes fue  condenado, en un fallo inédito para la Ciudad de Buenos Aires, por el  delito de amenazas agravadas por el uso de armas contra Mariela, y  amenazas y maltrato físico contra sus hijos. Pasará los próximos dos  años y seis meses preso. Ahora, en el barrio Illia, sus vecinos la  felicitan porque se animó. 
El 5 de julio de 2010 Mariela fue  abuela. Cuando llegó del hospital fue a la casa de su mamá. Enseguida,  Walter se asomó por una de las cinco ventanas de la casa y apuntándola  con un arma, le gritó “¡Te voy a matar, yo no tengo nada que perder”.  Mariela hizo la denuncia penal pero luego retiró los cargos. 
El  13 de octubre, mientras Mariela trabajaba, su hijo Sebastián de siete  años hacía los deberes en su pieza. Walter entró a la habitación de su  hijo:   –¡Puto, ¿dónde dejaste el lápiz que mamá te compró ayer? Buscalo  porque si no te voy a pegar. Te voy a matar!, gritó Walter.
La  hermana de Sebastían, Soledad, escuchó su llanto y llamó a su mamá. “Ese  día dije ‘hasta acá llegué’. El límite son mis hijos. Mi hija me llamó  llorando y salí del trabajo rápido y llamamos a Gendarmería”, dice a Clarín  Mariela.
Cuando  lo fueron a detener, Walter se refugió en la casa del padre de Mariela  “Mi papá me pegó mucho cuando era chica. A mi mamá también le pegaba.  Con Walter se entendían, se llevaban muy bien. Cuando Gendarmería le  preguntó a mi papá por él, respodió ‘acá no esta’”, dice. 
Mariela  cuenta que durante cinco años estuvieron bien; Walter ayudaba a sus  hijos a hacer los deberes o les revisaba la cabeza para encontrarle  piojos. Cayó preso por robo y cuando salió de la cárcel era otra  persona: “Adicto al paco y alcohólico”. Walter no trabajaba y se pasaba  gran parte del día consunmiendo pasta base. Pasó 10 años tremendos  cargados de violencia física y verbal. Lo único que le regalaba a ella  eran bombachas: sabía cuántas tenía y si una desaparecía le pegaba. En  la casa de Mariela funciona un jardín comunitario: todos los días comen y  toman la leche unos 15 chicos. No recibe ninguna ayuda del Gobierno de  la Ciudad. También en su casa da talleres para mujeres que sufren  violencia doméstica. Trabaja haciendo matenimiento en el Centro de  Primera Infancia la Hormiguita Viajera. “Necesito ayuda de profesionales  para el apoyo de las chicas. Y comida para el jardín”, cuenta. Mariela,  ahora, se conforma con lo cotidiano: volvió a desayunar con sus hijos y  a dejar su billetera arriba de la mesa sin temor a que él le robe la  plata.
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