Era mi mejor amigo. Un día me preguntó si
quería ser su novia y al día siguiente se tatuó mi nombre en la nuca,
así, gigante. A los tres meses me pidió que fuera a vivir con él. Y ahí
empezó con los celos. Yo volvía del colegio y me revisaba los boletos
para ver si era cierto. Me apagaba el televisor y me prohibió escuchar
música porque decía que yo miraba a los famosos de otra forma. Tampoco
quería que me asomara a la ventana para que no mirara a los hombres que
pasaban. Y así, cosas chiquitas. Un día le dije ‘cortala, mirá que me
voy a ir’, y ahí le salió como un monstruo. Me pegaba en los ojos hasta
que yo no veía. Me agarraba del cuello así, con los dos dedos, hasta que
me quedaba sin aire y mareada, como inconsciente. Todos los domingos,
el padre de él, que dormía en la habitación de al lado, me daba anteojos
de sol para ir a la iglesia. Me decía ‘si alguien pregunta, te caíste
de cabeza de la escalera ¿si? ”.
Era diciembre de 2011. María iba al secundario. Tenía 17 años. Su novio también.
María
es una de las casi 1.000 adolescentes, de entre 13 y 21 años, que solas
o empujadas por un familiar buscaron ayuda en el programa “Noviazgos
violentos” que la Dirección General de la Mujer de la Ciudad creó hace
12 años. El programa fue a buscar la semilla: sus estadísticas muestran
que la mitad de las mujeres adultas que conviven con parejas violentas
cuentan que la violencia había comenzado 10, 15, 20 años antes, durante
el noviazgo.
Los casos de adolescentes asesinadas por sus novios
fueron encontrando un lugar en los medios. Y el tema preocupa tanto que
el miércoles Diputados aprobó un proyecto que propone penar con prisión
perpetua “al que matare a su pareja o ex pareja, mediare o no
convivencia”. Hasta ahora, la pena máxima sólo contemplaba a los
cónyuges casados legalmente. De aprobarse, por primera vez, incluiría a
los novios.
“A esta edad, los primeros signos de violencia
comienzan con los celos excesivos y el control de la ropa. Le dice ‘no
quiero verte con otros hombres’, aunque ese otro hombre sea su primo.
‘Sacate esa pollera que es muy corta’, ‘no quiero que te pintes porque
las mujeres que se pintan son putas’ o ‘todos te miran con ese escote’.
Empiezan los llamados telefónicos que terminan en llanto o la ‘Ley de
hielo’: no le habla durante horas o días aunque ella esté parada al
lado”, enumera la psicóloga Laura Celdrán, coordinadora del programa.
“Le repite ‘¿Para qué vas al colegio?’, cae de sorpresa en el colegio,
le dice ‘no me gusta que salgas con tus amigas’ o ‘te pegué porque me
hacés enojar’. Le revisa el celular y cada contacto del Facebook. Así va
teniendo el control de su vida”, continúa.
El sexo, precisamente
en una edad en la que muchas adolescentes tienen su primera vez, es
otro foco de manipulación. “Muchas veces ellas acceden a tener su
primera relación sexual como resultado de una extorsión, no de su deseo.
Los novios les piden una prueba de amor bajo amenaza de terminar la
relación”, describe Guadalupe Tagliaferri, subsecretaria de Promoción
Social. “Muchos, además, se niegan a usar preservativo. Les dicen:
‘¿Para qué voy a usar? Si sólo estoy con vos”, agrega Celdrán. No
cuidarse es, en esta lógica, una carta de fidelidad.
Así, el
embarazo suele ser el paso siguiente: “Un hijo es la garantía de que
ella quedará siempre ligada a él”, dice Tagliaferri. Lo que sigue
probablemente sea una convivencia violenta más difícil de quebrar: ahora
con hijos y dependencia económica.
Así, son pocas las que
detectan y cuentan lo que les pasa. La adolescencia, se sabe, es la
etapa en la que se idealiza, y lo usual es que minimicen y naturalicen:
un tirón de pelo no es para tanto. Y si la cela es porque la ama. Es acá
cuando forman la primera imagen que tienen de ser adultas y de tener un
novio. Y cuando el círculo de violencia les impide hablar, crecen
pensando que tener un novio es esto. Se les destruye el autoestima,
aparecen trastornos de ansiedad, depresión e incluso el suicidio.
Pero un día María salió del colegio y pidió ayuda. “ El
me decía que con un hijo iba a cambiar todo, por eso no quería
cuidarse. Hace cuatro meses nos enteramos que estoy embarazada. Me cuidó
dos días, creo. Hasta que me dijo ‘la próxima patada es en la panza’.
Un día pensé que cuando naciera le iba a molestar que yo atendiera más
al bebé que a él. Y que lo iba a terminar matando. A mí y a mi hijo.
Entonces me escapé ”.
María lo denunció y logró que su ex
novio no pueda acercarse a menos de 300 metros. Ahora nadie la ahorca,
nadie le revisa las carpetas y nadie le regala anteojos para taparse los
moretones. María terminó el secundario. Y “la próxima patada en la
panza” ya no existe.
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