Azucena Peralta salió corriendo de su casa, una vivienda humilde de los suburbios de Mendoza, con el rostro desencajado por el horror y la espalda bañada en sangre. “¡Qué no me los mate!”, gritaba por sus hijos. Adentro, Marcelo Garay –un esposo impulsivo, obsesivo y celoso; denunciado dos veces por Azucena– intentaba esconder el cuchillo con el que le había asestado las heridas que la llevarían a la muerte, y ni se fijaba en la mirada estremecida de sus tres hijitos. Al día siguiente, Ricardo Artero tomó de rehén a su nene de ocho años y se atrincheró en el baño de su casa, en Paraná. Acababa de discutir con su ex mujer, María Antonia Melgarejo, y había querido dispararle antes de que huyera. Al niño también lo dejaría marcado para siempre: en lo psicológico, por supuesto, pero también en la piel –los médicos le dieron más de sesenta puntos de sutura cuando lograron rescatarlo de las garras de su padre. En Bahía Blanca había pasado casi un mes de la golpiza cuando un juez interpretó que Mario Reile no tuvo intención de matar a su pareja, Verónica Schneider, a pesar de que la dejó en coma con las patadas y amenazó a sus tres hijos para que no contaran nada. En General Pico, La Pampa, Carla Figueroa sabía que su vida estaba en peligro al lado de su novio, el desequilibrado Marcelo Tomaselli, pero no podía alejarse de él. Y ni se animó a decir que no cuando un abogado le propuso que se casaran para darle la libertad (y es que Tomaselli estaba preso luego de haberla violado). Una vez casados, Tomaselli cumplió con sus viejas amenazas y la apuñaló a los pocos días de haber recuperado su libertad. Flavia Intruvini, de Remedios de Escalada, en el Gran Buenos Aires, discutió con su marido en las últimas horas del año que se iba. Y Flavia se fue con el 2011: el hombre tomó un 38 largo y le disparó en el cuello.
Los de Azucena, María Antonia, Verónica,  Carla y Flavia son los casos del último mes de una pesadilla argentina  llamada femicidio. La violencia sexista y extrema contra las mujeres, el  asesinato cometido por un hombre que considera a su víctima como su  propiedad, crece sin parar en nuestro país. Y el horror doméstico es su  vehículo. El informe del Observatorio de Femicidios en Argentina  “Adriana Marisel Zambrano” (coordinado por la ONG la Casa del Encuentro y  realizado en base a los casos informados por la prensa) indica que en  el período que va de enero a octubre de 2011 se cometieron 256  femicidios, contra 212 para el mismo período del año 2010: un  crecimiento oscuro del 20,75% (mayor al crecimiento del 12,5% registrado  entre 2010 y 2009). La mayoría de los casos (77) se dieron en la  provincia de Buenos Aires. Santa Fe y Córdoba le siguen con 23 y 18,  respectivamente. Esposos, parejas y novios son los autores principales,  con 88 casos; y luego los ex, con 49. El primer lugar del hecho es la  vivienda –compartida, de la víctima, del asesino u otra en 164 casos– y  26 crímenes registran denuncias previas que alertaron sobre el riesgo,  pero que a fin de cuentas no sirvieron para nada.
El Programa de Atención a Mujeres Víctimas  de la Violencia, de la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de  Buenos Aires, atendió a más de 50 mil mujeres desde que fue creado en  2008, de las cuales 11.933 llegaron entre mayo y septiembre de 2011 para  contar que en el 75% de los casos el agresor es la pareja, actual o  antigua, y en 2010 cuatro de cada diez mujeres habían sido amenazadas de  muerte...
Dónde recurrir
-Oficina de Violencia Doméstica de la CSJN: (no se atienden consultas telefónicas): Lavalle 1250.
-Dirección General de la Mujer: 0800-666- 8537
-Casa del Encuentro: Rivadavia 3917, 4982-2550.
-Emergencias: 15-5938-4357.
-Brigada Móvil de Atención a Víctimas de Violencia Familiar: 137. (Actúa sólo en C.A.B.A.)
OPINIONES:
Seguimos desprotegidas
Escribe Sonia Santoro, presidenta de Artemisa Comunicación
Hay  una pregunta que se repitió en las últimas semanas entre quienes vienen  trabajando en defensa de los derechos de las mujeres y en contra de la  violencia de género. ¿Qué está pasando que la violencia en vez de ceder  pareciera recrudecer? De lo que sí podemos estar seguros es que los  casos de violencia contra las mujeres tienen más visibilidad en los  medios. Y al mismo tiempo, de que a pesar de tener una Ley de Violencia  modelo, las mujeres seguimos desprotegidas.Paradójicamente, lo interesante de los  últimos casos es que el nivel de crueldad que mostraron, sumado al  accionar del movimiento de mujeres, lograron instalar en la agenda  legislativa la necesidad de tipificar en el Código Penal el femicidio.  Es un debate que hay que dar.
Estos casos de violencia extrema, lograron  que los medios hablaran de ellos sin justificar el accionar del  violento, algo que ha llevado muchos años construir y de lo no podemos  asegurar aún que estemos curados ni como medios, ni como sociedad.  Cuando el odontólogo Barreda salió libre recordamos que tiene una  canción en su honor. “La cumbia del odontólogo”, de Sometidos por  Morgan, dice entre sus párrafos “Te decían ‘mariquita’, te decían/ te  decían que no eras hombre/ Te decían ‘basura’ te decían/ no te llamaban  por tu nombre/. Pero pusiste tu sello y las pasaste a degüello/  Agarraste la escopeta/ y las hiciste boleta/ Experto en dentaduras/ y en  minas que se ponen duras/ no te arrepentís de nada/ sos el héroe de la  jornada”. La letra tiene unos cuantos años y creo que en estos últimos  meses no podría ser coreada por nadie en público sin provocar reacciones  adversas. Algo está cambiando.
Volver morir cada mañana
Escribe Fernanda Sández
Es  una mujer blanca, blanquísima, coronada por un tocado extraño. Los ojos  entornados, la boca abierta, el pecho al aire, un cinturón de caracoles  gordos. Es la Cihuateteo. La amasaron en arcilla hace mil años, y desde  entonces fue esto que ahora refulge en una sala de la Fundación Proa:  una presencia. No una estatua, no, sino la deidad misma cruzada de  piernas. Allá por los totonacas, cada mujer que moría de parto se  convertía en cihuateteo (“mujer divina”). En diosa coronada, custodia de  la luz. Acompañaba al sol en su trayecto por el lado de la sombra, lo  ayudaba a cruzar la noche y lo empujaba a amanecer al día siguiente.  Literalmente, las cihuateteos volvían a parir cada mañana. A vencer a la  muerte, alumbrando en plena agonía.Es una mujer oscura, marrón, coronada de  nada. Ni nombre tiene, aunque sí un número: 17. En 2011, en la Argentina  hubo diecisiete niños asesinados. Bebés, deambuladores, nenas, chicos.  Todos muertos del mismo mal –el odio hacia sus madres– y a manos de los  novios, maridos y parejas de esas mujeres a quienes ninguno de ellos  logró nunca controlar del todo. Las castigaron así. Suprimiendo a la  cría.
Esa cosa asépticamente llamada violencia de  género, en su forma más eficaz, mata a distancia y a repetición. A cada  una de estas mujeres oscuras, a las diecisiete, sus asesinos decidieron  hacerlas morir mil veces en una sola vida. Para eso, las condenaron a  despertar siempre al mismo espanto: la cama lisa, los juguetes quietos. A  modo de monstruosas cihuateteos, ellas también vuelven a parir cada  mañana algo que nunca es un sol, sino una muerte que también a nosotros  nos extermina a distancia.